Mercado Santa Clara

El edificio que alberga el Mercado de Santa Clara, fue diseñado a finales del siglo XIX por el arquitecto Emiliano Augusto Bettencourt, e inaugurado en 1877. En su época, resultó ser uno de los primeros edificios comerciales de Portugal que combinaba a la vez hierro y vidrio en su construcción. En sus inicios, su uso fue como mercado para vender alimentos frescos, aunque hoy en día eso ya ha cambiado hacia otros usos.

En definitiva, un espacio que se va acomodando a los tiempos que va viendo pasar. Para que vuestra visita sea perfecta, seguid leyendo, que nosotros ya hemos estado y os lo vamos a contar todo.

Qué podemos hacer en el Mercado de Santa Clara de Lisboa

El gran local o nave del Mercado de Santa Clara alberga un pequeño mercado de puestecillos y tiendas. Allí los artesanos locales venden productos de piel, ropa, bisutería, etc.

En los distintos puestos también se comercia con antigüedades y algunas cosas vintage, aunque es cierto que precisamente son estas antigüedades el “punto fuerte” de la Feria de Ladra que se celebra aquí todos los martes y los sábados.

En el Mercado de Santa Clara tampoco faltan los restaurantes, por lo que podéis tenerlo en cuenta si estáis buscando dónde comer en Lisboa. Es el caso de Santa Clara Dos Cogumelos, donde las setas son las reinas de un lugar en el que se come de maravilla. En la zona central del mercado, además, nos encontraremos con el Centro de Artes Culinarias, donde se pueden comprar productos ecológicos y gourmet. Además, el Mercado de Santa Clara alberga esporádicamente pequeñas muestras de fotografía, eventos y exposiciones, como por ejemplo la Feira del Vinilo.

El Mercado de Santa Clara y su Feria da Ladra

La Feira da Ladra es uno de los mejores mercadillos de Lisboa. Este mercado de pulgas es típico lugar donde podemos rebuscar y rebuscar hasta encontrar auténticas joyas vintage y clásicas o productos de lo más variopintos.

Es similar al Rastro de Madrid o Portobello Market de Londres y, como ellos, conserva el encanto de los mercadillos o rastros de pulgas. De aquí es difícil asalir con las manos vacías, e imposible irse sin fotos.

Si estáis en la ciudad, no os lo penséis.  Prendas demodé, carteles, vintage, libros antiguos o incluso azulejos, están al alcance de quien tenga mejor ojo por los puestos de este “mercado de la ladrona”.