Breendonk
La visita de hoy, las letras de hoy, son de esas visitas y de esas letras que en Buendía ni queremos hacer, ni queremos plasmar. Pero las realidades se imponen, y hay realidades que aunque pasadas, se imponen igualmente y por si no lo hicieran, hay que hacerlo por ellas. Los campos de concentración, el movimiento nacionalsocialista alemán, la II Guerra Mundial, la ocupación nazi y el horror que lo amalgama todo, son de esas cosas a no olvidar. Aunque no las queramos, aunque no nos gusten.
Breendonk, el campo de exterminio belga
En Willenbroek, cerca de Amberes, aguanta el paso de los años Fort Breendonk, un campo de trabajo de la II Guerra Mundial. Es el campo de exterminio mejor conservado del mundo, las cosas que podéis ver aquí vienen desde uno de los peores capítulos de la historia moderna del mundo y por ello el valor de todo ello, si bien sobrecogedor, es también incalculable.
Hasta la saciedad se repitió que Breendonk no era un campo de concentración, era un campo de trabajo. Vamos a ver un poco de la historia del fuerte y vamos a ver unos retazos de su visita, aunque nada iguala verse colocado, al menos por unas horas, en el medio de la historia. Que no era un campo de concentración se dijo mil veces, y es bien sabido que el mayor logro del diablo fue convencer al mundo de que no existía...
Historia de Breendonk
Lo que terminó por ser un campo de concentración, empezó siendo, por el año 1906, parte del anillo defensivo de la ciudad de Amberes. Como tal fue testigo de la I Guerra Mundial y es al acabar esta y al caer en manos alemanas, cuando se convierte en prisión y horror para miles de personas.
La cárcel servía como reclusión de criminales, asociales, gentes que no se avenían a las normas. Después llegaron los miembros de la Resistencia y también era el lugar en el que alojar a los judíos que tenían que esperar su traslado a otros campos de concentración. Mordka Grundmann, Karl Kahn, Bention Galanter y René Dillen, son los primeros en travesar la puerta de Breendonk como prisioneros.
Una vez que llegaban, la política no difería en gran cosa de todo lo que sabemos de los campos de concentración. Se esperaba en el patio las correspondientes inspecciones y que se decidiera sobre su destino. Se les desposeía de las pocas pertenencias que pudieran tener y se le incorporaba a la vida del campo. Del campo de trabajo decían...
Las rutinas diarias de Breendonk convivían con el dolor y el miedo. Las comidas eran exiguas, el sueño no reparaba y mucho menos reconfortaba y los castigos y las torturas formaban parte del día a día tanto como el trabajo en condiciones precarias y a ritmos insoportables. Una de las cosas que podréis conocer durante la visita a Breendonk, es la biografía de algunos de los hombre y mujeres que dirigían el fuerte. Como os podréis imaginar todos y cada uno de ellos y de ellas son un dechado de virtudes.
La historia en Breendonk no es ajena a la muerte. De hecho si alguien vivió y campó a sus anchas por los pasillos que hoy podéis visitar fue la muerte. Los certificados de defunción del momento hablaban, mientras existieron al menos, de muertes por causas naturales. Lo cierto es que los presos morían fundamentalmente a consecuencia del trabajo y por las palizas y torturas que recibían.
Le decían campo de trabajo...
La visita a Breendonk
Una vez que encaramos el puente de entrada, una sombra sale a recibirnos. No os asustéis. Esa sombra no os dejará mientras dura el recorrido al campo, pero no lo puede abandonar, al salir de él, ella se queda.
La placa de la entrada es el mejor resumen de la importancia de mantener vivos estos lugares y de hacer una visita a cualquiera de ellos. En la placa podemos leer : respectez ces lieux des hommes y ont souffert pour que vous viviez libres. (respetad estos lugares en los que los hombres han sufrido para que viváis libres).
Los pasillos van dejando muestras de lo que fue la vida del campo. Se mantienen intactos los grifos en los que se lavaban, a golpes y a gritos, por las mañanas. Las habitaciones aún conservan las literas en las que se hacinaban los presos y alguna de ellas tiene aún su colchón y su manta. Si de manera tímida acercáis la mano a uno de esos colchones sentiréis como debería ser dormir una noche en ellas, atemorizados, exhaustos y hambrientos. En alguna de las habitaciones se pueden ver los utensilios y las jarras con las que comían y se servían la sopa que todos los días se servía. Bueno, lo llamamos sopa porque necesitamos utilizar alguna palabra para hacernos entender: la realidad era que “aquello” no pasaba de ser una sopa aguada y algún trozo de patata o de verduras. En las salas algún vídeo reproduce y cuenta con más exactitud las condiciones de los presos de Breendonk. Una de las cosas que no se ve y que sin embargo se siente, es la humedad en todos estos pasillos y en todas sus estancias. Humedad que cala hasta los huesos no importa la fecha de la visita. Imaginad ahora esa humedad, en pleno invierno, bajo una fina manta, enfermos y desnutridos. No dejéis que nadie lo llame campo de trabajo...
En el exterior de Breendonk, el patio era el lugar destinado a las formaciones y los recuentos y también era el lugar elegido por los mandos para escarmentar a los reclusos. Aquí trabajaban y, en muchos casos, aquí morían. Se pueden ver las duchas donde una o dos veces al mes todos los reclusos eran obligados a ducharse. Evidentemente, la preocupación por su higiene más básica no tenía nada que ver con esta práctica, sino que se debía al miedo de los soldados a las infecciones o las epidemias.
En los patios exteriores, fuera de la vista, se encuentra la horca y los postes de fusilamiento, los auténticos, los que vieron aquellas muertes. Tras juicios sumarios y rápidos (y cualquier cosa, menos justos) la vida de muchos hombres acabó aquí. Pero, ¿queréis saber una cosa? En Breendonk no se tenía miedo a la muerte, se le tenía miedo a la vida.
Ubicación de Breendonk
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Breendonk
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Puurs
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Detalles
- 9:30 a 17:30 h - Todos los días
- General: 11€
- De 6 a 18 años: 9€
- Menores de 6 años: Gratis
Horario
La última entrada se permite a las 15:30 h