Una de las cosas que más llama la atención a los visitantes de Lisboa es esa forma de pavimentar las calles con piedras de forma irregular, formando en ocasiones dibujos y entramados en el suelo. Se trata de la famosa calzada portuguesa, y no sólo existe en Lisboa sino en todo Portugal, pero...¿qué sabemos de ella?
Un poco de Historia
Se cree que el primer empedrado portugués que existió databa de los siglos XV-XVI. Pero en el año 1755 con el terremoto de Lisboa, la ciudad quedó totalmente destruída, y esta técnica dejó de utilizarse por el enorme trabajo que daba y los costosa que era. En aquel momento, había que ahorrar tiempo y dinero como fuera, para poder reconstruir toda la ciudad.
Fue entonces en el siglo XIV cuando se recuperó y empezó a pavimentarse de nuevo de esta forma: con piedras caliza de color blanco, y basalto de color oscuro, traídas de las numerosas canteras de Portugal (la extracción de estas piedras es una de las principales actividades mineras del país)
Al principio la calzada portuguesa se colocó en lugares emblemáticos del centro de Lisboa, como la Plaza del Rossio, formando curiosos diseños que enseguida tuvieron éxito. Por eso, la calzada comenzó a ponerse de moda no sólo en Portugal sino también en sus colonias, sobre todo en Brasil.
Oficio con la Escuela
En noviembre de 1986 la Cámara Municipal de Lisboa creó la Escuela de Calceteiros, con el objetivo de formar a profesionales en esta técnica, y que no se perdieran los conocimientos sobre este tipo de pavimentado. Es muy importante este trabajo, algo duro y cansado, para poder reparar la calzada y mantenerla, pues es parte del patrimonio de Portugal.
Problemas de la Calzada Portuguesa
Como no todo iba a ser color de rosa, hay quien dice que los típicos adoquines portugueses tienen los días contados, porque no es precisamente el tipo de pavimento más práctico. No hay más que pasear por ella un día de lluvia para comprobar que resbala bastante, más si estamos subiendo una cuesta. El uso de tacones con ella, es algo casi imposible. Y para más inri, complica bastante el desplazamiento a personas con movilidad reducida, que por ejemplo usen sillas de ruedas. El debate está sobre la mesa, pues cada vez las ciudades intentan ofrecer espacios más accesibles para todos y en Lisboa esta tarea no es fácil con la calzada portuguesa.
Además, al ser una técnica tan antigua, no se utiliza cemento entre las piedras, sino que se apoya unas con otras, rellenando los huecos entre ellas con arena. Esto hace que a veces los adoquines portugueses se salgan y formen boquetes, y cada vez que esto ocurre, un calceteiro debe venir a arreglarlo. ¡Y resulta que cada vez hay menos calceteiros! La escuela antes citada cada vez cuenta con menos alumnos, pues es un trabajo que requiere mucho esfuerzo en posturas incómodas, y cada vez menos gente quiere trabajar de ello. Por eso, se rumorea que algunas partes de Lisboa podrían cambiar pronto sus típicos adoquines por otro tipo de pavimento.
Sea como sea esperamos que esta técnica no se acabe perdiendo del todo, porque forma parte de la tradición portuguesa y del patrimonio del país, ¡y nos encanta Lisboa con su calzada portuguesa!